Lo que sigue es la sección final del documento sobre la revolución permanente adoptado por la Conferencia Internacional.

El objetivo central del II Congreso de la Internacional Comunista (Comintern o IC) de 1920 era profundizar y codificar la ruptura con la socialdemocracia, depurando las filas de la IC de adherentes políticos a la II Internacional, así como combatir las tendencias ultraizquierdistas en el movimiento comunista. Las cuestiones nacional y colonial fueron uno de los medios para avanzar en esta limpieza política. Las “Condiciones de admisión” a la Comintern, redactadas por Lenin, exigían:

“Todo partido perteneciente a la III Internacional tiene el deber de denunciar implacablemente las proezas de ‘sus’ imperialistas en las colonias, de sostener, no con palabras sino con hechos, todo movimiento de emancipación en las colonias, de exigir la expulsión de las colonias de los imperialistas de la metrópoli, de despertar en el corazón de los trabajadores del país sentimientos verdaderamente fraternales con respecto a la población trabajadora de las colonias y a las nacionalidades oprimidas y llevar a cabo entre las tropas metropolitanas una continua agitación contra toda opresión de los pueblos coloniales”. [énfasis nuestro]

La “idea fundamental” de las “Tesis sobre los problemas nacional y colonial” del II Congreso, también redactadas por Lenin, era, como él mismo explicó al presentarlas, “la distinción entre naciones oprimidas y naciones opresoras. Nosotros subrayamos esta distinción, en oposición a la II Internacional y a la democracia burguesa”. La Comintern veía en el mundo colonial y semicolonial, que comprende a la inmensa mayoría del género humano, una inmensa reserva de energía revolucionaria para la lucha contra la subyugación imperialista.

La segunda idea básica de las Tesis, explicaba Lenin, era que las relaciones mutuas entre los estados en el sistema político mundial estaban determinadas por la lucha entre un puñado de potencias imperialistas y el movimiento soviético impulsado por la Rusia revolucionaria. Así, la situación política internacional ponía la dictadura del proletariado en el orden del día tanto en el Oriente subyugado y económicamente atrasado como en el Occidente avanzado. Refiriéndose a los países más subdesarrollados de Oriente, Lenin afirmó enfáticamente:

“El rasgo distintivo más importante de estos países es el dominio en ellos de las relaciones precapitalistas, por lo cual allí no cabe hablar siquiera de un movimiento puramente proletario. En tales países casi no hay proletariado industrial. No obstante, también en ellos hemos asumido y debemos asumir el papel de dirigentes”. [énfasis nuestro]

De hecho, el congreso estableció como tarea central de los comunistas en las naciones oprimidas la lucha por la dirección del movimiento de liberación nacional contra la burguesía nativa y la socialdemocracia pro imperialista. Las Tesis afirmaban que los partidos comunistas deben apoyar directamente el movimiento revolucionario en las naciones dependientes y las colonias, sin lo cual la lucha contra la opresión seguiría siendo “un rótulo embustero, como lo vemos en los partidos de la II Internacional”. El documento subrayó la necesidad de luchar contra la influencia reaccionaria y medieval del clero y de las misiones cristianas, así como contra los movimientos panislámicos y panasiáticos que pretendían vincular la lucha por la liberación nacional al fortalecimiento de los nobles, los terratenientes y los clérigos locales y a los intereses de los diferentes imperialistas en competencia. Era necesario organizar a los campesinos y a todos los explotados en soviets allí donde fuera factible, “realizando una alianza estrechísima entre el proletariado comunista de la Europa Occidental y el movimiento revolucionario de los campesinos de Oriente, de los países coloniales y de los países atrasados en general”.

Los comunistas de los países sometidos necesitaban educar a las masas para que fueran conscientes de su tarea particular de luchar contra el movimiento democrático-burgués en su propia nación. Las Tesis postulaban:

“La Internacional Comunista debe sellar una alianza temporal con la democracia burguesa de los países coloniales y atrasados, pero no debe fusionarse a ella y tiene que mantener incondicionalmente la independencia del movimiento proletario incluso en sus formas más embrionarias”.

En el “Informe sobre la situación internacional y las tareas fundamentales de la Internacional Comunista” del II Congreso, Lenin proclamó:

“El imperialismo mundial deberá caer cuando el empuje revolucionario de los obreros explotados y oprimidos de cada país, venciendo la resistencia de los elementos pequeñoburgueses y la influencia de la insignificante élite constituida por la aristocracia obrera [base social del reformismo], se funda con el embate revolucionario de centenares de millones de seres que hasta ahora habían permanecido al margen de la historia y eran considerados sólo objeto de ésta”.

Las “Tesis generales sobre la cuestión de Oriente” del IV Congreso, celebrado en 1922, ampliaron y concretaron aún más las orientaciones generales establecidas en el II Congreso. Exponen el papel de las clases dominantes nativas como el principal obstáculo para la liberación nacional, porque tratan de utilizar las aspiraciones de las masas trabajadoras sólo para promover sus propios intereses como clases propietarias, buscando la conciliación con el imperialismo. En la medida en que la lucha adopte la forma de un movimiento revolucionario de masas, los gobernantes nativos se volverán contra él y buscarán la protección de sus amos imperialistas.

Las Tesis explican que el imperialismo, en su búsqueda de superganancias, frena el desarrollo de los países que somete, manteniendo el mayor tiempo posible las formas feudales y usureras de explotación de la fuerza de trabajo. Así, la lucha por liberar la tierra de las relaciones feudales adquiere el carácter de una batalla por la liberación nacional. Pero los nacionalistas burgueses, dada su dependencia del imperialismo y sus vínculos con los terratenientes, harán todo lo posible por diluir las consignas agrarias e impedir la irrupción revolucionaria masiva de los campesinos, es decir la revolución agraria. Las Tesis plantean la tarea: “Todas las fuerzas revolucionarias deben someter esta vacilación a una crítica sistemática y revelar la irresolución de los líderes burgueses de los movimientos nacionalistas” [nuestra traducción del alemán].

Sobre la base de la experiencia de la Revolución de Octubre, y en particular de los trabajos del III Congreso que promovió la consigna del frente único, el IV Congreso extendió esta táctica a todas las naciones oprimidas: el frente único antiimperialista. Las “Tesis generales sobre la cuestión de Oriente” explican:

“La oportunidad de esa consigna está condicionada por la perspectiva de una lucha a largo plazo contra el imperialismo mundial, lucha que exige la movilización de todas las fuerzas revolucionarias. Esta lucha es mucho más necesaria desde el momento que las clases dirigentes autóctonas tienden a establecer compromisos con el capital extranjero y que esos compromisos afectan los intereses básicos de las masas populares. Así como la consigna del frente proletario único ha contribuido y contribuye todavía en Occidente a desenmascarar la traición cometida por los socialdemócratas contra los intereses del proletariado, así también la consigna del frente antiimperialista único contribuirá a desenmascarar las vacilaciones y las incertidumbres de los diversos grupos del nacionalismo burgués. Por otra parte, esa consigna ayudará al desarrollo de la voluntad revolucionaria y al esclarecimiento de la conciencia de clase de los trabajadores, incitándolos a luchar en primera fila, no solamente contra el imperialismo, sino también contra todo tipo de resabio feudal”.

La LCI siempre ha afirmado su adhesión a los cuatro primeros congresos de la Comintern como continuidad del leninismo, salvo al II y IV Congresos en cuanto a la revolución colonial. La base de nuestro rechazo de esas tesis es nuestra revisión de la revolución permanente de Trotsky. La crítica fundamental al II Congreso fue expuesta en las “Observaciones sobre la cuestión nacional y colonial” (publicadas en Marxist Studies No. 9, agosto de 2003) del camarada Robertson, que en 1998 argumentó:

“En el II Congreso, los camaradas no consideraban que la cuestión colonial tuviera un componente obrero, y la Internacional Comunista se basaba en la centralidad proletaria, por lo que parecía una gran contradicción. La posición que adoptaron a grandes rasgos —e insisto, de manera bastante vaga, debido a la falta de correlación— fue aplaudir las insurrecciones coloniales sobre la base de que debilitarían a las principales potencias imperialistas y, por lo tanto, en esa medida, ayudarían a la revolución proletaria... Pero no se extendió la experiencia del Imperio Zarista al mundo colonial por muy buenas razones: fuera de ese eslabón débil del Imperio Zarista [a la vez imperialista y semicolonial], hasta la Primera Guerra Mundial a duras penas había industria en los países coloniales”. [énfasis nuestro; corchetes en el original]

Esto es una crítica socialdemócrata del II Congreso. Descartar las Tesis por “aplaudir las insurrecciones coloniales” no es sólo una distorsión del programa de la Comintern de primera época, es además un rechazo del papel de la liberación nacional como palanca fundamental de la revolución proletaria. Por ello, es una abdicación del combate por la dirección de dicha lucha. La “experiencia del Imperio Zarista”, es decir, la experiencia de 1917, se refiere al núcleo fundamental de la revolución permanente, que no es otra cosa que la necesidad de la dirección comunista de la lucha democrática, en primer lugar de la liberación nacional. Eso es precisamente lo que las Tesis del II y el IV Congresos plantearon como la tarea principal de los partidos comunistas en las naciones subyugadas. Como mostramos anteriormente, Lenin planteó la necesidad de luchar por la dirección de la lucha antiimperialista incluso en países sin proletariado alguno. En efecto, la Comintern se basó no en una “centralidad proletaria” objetiva (la existencia de “una concentración proletaria viable”, como dicen tantos artículos de la LCI), sino en la lucha por la dirección proletaria.

No es casual que, en el II Congreso, el centrista empedernido Giacinto Serrati enunciara, se puede decir al pie de la letra, la crítica espartaquista de las Tesis del II Congreso (y, de hecho, también de las del IV):

“En general, las campañas de los grupos democrático-burgueses por la liberación nacional no son revolucionarias, incluso cuando recurren a métodos de insurrección. Se emprenden para beneficiar al imperialismo nacional naciente o para servir a los intereses de un competidor del antiguo amo imperialista del país... La verdadera liberación de los pueblos oprimidos sólo puede lograrse mediante la revolución proletaria y el orden soviético, no mediante la ayuda prestada por los comunistas, incluso indirectamente, a través de alianzas temporales, a los partidos burgueses denominados nacionalistas revolucionarios”.

De hecho, la condena de Serrati a las Tesis enuncia fielmente la caricatura espartaquista de la revolución permanente: una fórmula aparentemente ortodoxa que en realidad contrapone la dictadura del proletariado a la liberación nacional y a toda lucha democrática, todo lo contrario del trotskismo.

¡Por el frente único antiimperialista!

Debido a que la tendencia espartaquista transformó la revolución permanente en su contrario, hasta ahora hemos sostenido que sólo fue sobre la base de la experiencia de la Revolución China de 1925-1927 que Trotsky “extendió” su teoría fuera de las fronteras del antiguo Imperio Zarista. El camarada Robertson, en sus observaciones citadas anteriormente, contrasta el libro de Trotsky La revolución permanente, cuyas diversas secciones fueron escritas entre 1928 y 1930, con las Tesis del II Congreso: “Creo” —declaró— “de hecho que no era posible en 1920 llegar a la posición que Trotsky fue capaz de plantear sólo después de la derrota de la Revolución China y escribiendo alrededor de 1930”.

De hecho, el artículo “Los orígenes del trotskismo chino” (Spartacist No. 28, enero de 1998) establece una continuidad —aunque parcial— entre el estalinismo y las “Tesis generales sobre la cuestión de Oriente”: “Por supuesto, había una gran distancia y por consiguiente una larga caída desde estos impulsos oportunistas expresados en el IV Congreso de la Comintern revolucionaria a la catastrófica traición abierta que fue llevada a cabo ulteriormente en China por Stalin y Bujarin”. La posición histórica del espartaquismo puso el mundo al revés: ¡la revolución permanente de Trotsky estaba ausente de la Comintern de primera época, mientras que la traición estalinista estaba ya en embrión en el IV Congreso!

Contra las Tesis del IV Congreso, nuestro artículo argumentó:

“Las Tesis estaban sometiendo a discusión un llamado por un bloque político con el nacionalismo burgués alrededor de un programa mínimo de demandas democráticas. De manera implícita, formulaban un programa menchevique, en dos etapas, para la revolución colonial, la primera etapa siendo una lucha democrática contra el imperialismo (‘el frente antiimperialista único’)”.

La “prueba” de esta “desviación menchevique” era, según Spartacist, la siguiente frase de las Tesis:

“El proletariado apoya y levanta reivindicaciones parciales, como por ejemplo la república democrática independiente, el otorgamiento de derechos de que están privadas las mujeres, etc., en tanto que la correlación de fuerzas existente en la actualidad no le permita plantear la realización de su programa sovietista”.

De hecho, el pasaje anterior está directamente precedido por estas dos oraciones que insisten en la necesidad de la independencia de clase:

“El movimiento obrero de los países coloniales y semicoloniales debe, ante todo, conquistar una posición de factor revolucionario autónomo en el frente antiimperialista común. Sólo si se le reconoce esta importancia autónoma y si conserva su plena independencia política, los acuerdos temporarios con la democracia burguesa son admisibles y hasta indispensables”. [énfasis nuestro]

No importa cuántas cláusulas contengan las Tesis del II y el IV Congresos para insistir en la necesidad de la independencia de clase proletaria, la noción misma de que los comunistas se comprometan en la lucha democrática —en alianzas temporales con fuerzas nacionalistas para disputarles la dirección de las masas trabajadoras— representaba, a juicio de los espartaquistas, un desvío de “la cuestión de clase”, es decir, un mero ardid menchevique.

Como se desprende de las “Tesis generales sobre la cuestión de Oriente”, en la medida en que la burguesía nacional mantenga su hegemonía en la lucha de liberación nacional, es necesario que los comunistas traten de llegar a acuerdos temporales con ella —frentes únicos antiimperialistas— para desenmascarar, en la lucha misma, las vacilaciones y capitulaciones de la burguesía nacional. Ésta es la única manera de abrir una brecha entre la clase obrera y las masas campesinas, por un lado, y la burguesía neocolonial, por otro, y demostrar que los trotskistas no sólo son los mejores, sino los únicos combatientes consecuentes por la liberación nacional.

A diferencia de la Comintern, cuyo programa consistía en desafiar a las direcciones burguesas y reformistas de las luchas democráticas para agrupar a las masas tras la bandera comunista, el programa de la LCI ha sido denunciar el nacionalismo burgués en los países oprimidos como simplemente reaccionario. Indudablemente, los grupos de izquierda de todas las denominaciones han traicionado la lucha por la dictadura proletaria en nombre del frente único antiimperialista al subordinar a las masas trabajadoras a la burguesía. Pero el rechazo sectario de la LCI a esta táctica no contribuye en nada a desenmascarar a la burguesía ante los obreros y los campesinos. De hecho, consolida aún más la subordinación de las masas a la burguesía al mostrar que los “comunistas” son totalmente insensibles a la emancipación nacional, la reforma agraria y otras cuestiones democráticas.

Las Tesis de 1922 polemizan directamente contra el programa y el método de la LCI:

“La negativa de los comunistas de las colonias a participar en la lucha contra la opresión imperialista bajo el pretexto de la ‘defensa’ exclusiva de los intereses de clase es la consecuencia de un oportunismo de la peor especie que no puede sino desacreditar a la revolución proletaria en Oriente”.

Ésta es precisamente la justificación que utilizamos para denigrar las luchas por la liberación nacional de Quebec, Grecia, México, etc. La principal diferencia con la cita anterior es que en la mayoría de los casos estábamos sermoneando a las masas oprimidas del mundo neocolonial desde los países imperialistas.

El frente único antiimperialista era esencial entonces, y lo sigue siendo hoy, en todos los países donde la lucha de liberación nacional está en manos de la burguesía. Para que los comunistas sean capaces de romper el control burgués de la lucha, es necesario ganar influencia decisiva entre el proletariado, el campesinado y las capas bajas de la pequeña burguesía urbana. Y para ello es necesario no permanecer suspendidos en el aire, como críticos inmaculados al margen de la lucha, sino situarse en medio del campo de batalla. Debemos ganar influencia y prestigio en la lucha nacional y democrática contra la dominación extranjera, y esto sólo puede hacerse exponiendo ante las masas las debilidades, deficiencias y traiciones de la burguesía nacional. Ése es el objetivo del frente único antiimperialista: ganar a las masas, preparar el terreno para el inevitable conflicto abierto con la burguesía nacional en la lucha contra el imperialismo mundial.

Trotsky contra la LCI sobre la “dictadura democrática” de Lenin

De 1905 a 1917 hubo una identidad esencial entre la revolución permanente de Trotsky y la línea estratégica de Lenin expresada en la fórmula de la “dictadura democrática del proletariado y el campesinado”, dado que ambos veían en las tareas democráticas pendientes, principalmente la revolución agraria, la fuerza motriz de la futura revolución rusa. Contra los mencheviques, ambos reconocían el carácter absolutamente reaccionario de la burguesía liberal, siempre presta a llegar a un acuerdo con el zarismo. Y ambos llegaron a la misma conclusión revolucionaria: la necesidad de una dirección proletaria de la lucha democrática, a la cabeza del campesinado, en oposición a la burguesía liberal. Además, ambos sostenían que era necesaria una dictadura de obreros y campesinos como agente de la revolución democrático-burguesa. Por estas razones, sus líneas estratégicas convergieron.

La diferencia radicaba en que Trotsky, analizando la posición de clase del campesinado como componente de la heterogénea pequeña burguesía, sostenía que éste era incapaz de desempeñar un papel revolucionario independiente: sólo podía seguir al proletariado o a la burguesía. Lenin, aunque siempre explicó el papel revolucionario único del proletariado, dejó la puerta abierta a la posibilidad del desarrollo de un partido campesino independiente respecto tanto al proletariado como a la burguesía. Por lo tanto, se negó a establecer a priori las formas concretas que adoptaría la necesaria alianza de obreros y campesinos, las formas concretas de las instituciones de gobierno resultantes de la revolución llevada a cabo por estas dos clases. Ésa es la única distinción entre la fórmula de Trotsky, la dictadura del proletariado apoyada por el campesinado, y la fórmula algebraica de Lenin.

Como el propio Trotsky explicó retrospectivamente en La revolución permanente, ambas fórmulas eran prognosis que requerían verificación histórica. Se trataba de una diferencia de matices dentro de la tendencia revolucionaria del marxismo ruso. La irrupción del proceso revolucionario en febrero de 1917 resolvió la ecuación de una vez por todas, revelando a Lenin la dinámica de clases real. La fórmula algebraica había quedado superada. Para hacer avanzar los intereses de obreros y campesinos, era necesario sustituir el álgebra con la aritmética. “¡Ningún apoyo al gobierno provisional!”, “¡Todo el poder a los soviets!” y “¡Abajo los diez ministros capitalistas!” se convirtieron en las consignas de la lucha por la dictadura del proletariado, apoyada por el campesinado.

La fórmula de Lenin no era un dogma, sino un llamado a la acción: la alianza revolucionaria de obreros y campesinos para la lucha sin cuartel no sólo contra la autocracia y la nobleza terrateniente, sino contra la propia burguesía liberal; la necesidad de una dictadura de las clases revolucionarias surgida de la insurrección victoriosa. La línea estratégica de Lenin no puede separarse de su lucha por construir el Partido Bolchevique, el partido más revolucionario de la historia. La verdadera diferencia programática entre Lenin y Trotsky no era sobre las perspectivas de la revolución rusa, sino precisamente sobre la cuestión del partido, sobre la unidad con el oportunismo. Aunque la prognosis de Trotsky era ciertamente brillante, pasó años intentando reunificar a bolcheviques y mencheviques. Una vez que comprendió este problema, en palabras de Lenin, no hubo mejor bolchevique que Trotsky.

La lucha de Lenin dentro del Partido Bolchevique, codificada en sus Tesis de Abril y sus “Cartas sobre táctica” de 1917, por rearmar al partido abandonando la fórmula algebraica como obsoleta, fluyó de la propia línea estratégica de Lenin, y no de un repudio de la misma. El reavivamiento de la consigna de la “dictadura democrática” por parte de los estalinistas, desenterrándola del “archivo de las curiosidades ‘bolcheviques’ prerrevolucionarias” al que Lenin la había consignado en 1917, fue diseñado para encubrir su subordinación del Partido Comunista de China al Kuomintang burgués. La traición estalinista de la Revolución China de 1925-1927 fue exactamente lo opuesto a la línea estratégica de Lenin: fue menchevismo químicamente puro.

En contradicción explícita con todo lo que Lenin y Trotsky escribieron sobre el tema, nuestra Declaración de principios internacional afirma que la “dictadura democrática del proletariado y el campesinado” de Lenin era “una consigna errónea que proyectaba un estado que defendiera los intereses de dos clases distintas”, y se lamenta de que el Partido Bolchevique no la “repudiara explícitamente” (Spartacist No. 29, agosto de 1998). Esto es de nuevo una denuncia socialdemócrata de Lenin que renuncia a la alianza entre obreros y campesinos, y de hecho renuncia al gobierno soviético de primera época que la encarnó. Como tal, equivale a transformar el propio Octubre en una caricatura.

Nuestra contraposición de Lenin y Trotsky antes de 1917 sólo puede sostenerse sobre una perversión de la revolución permanente que transforma el trotskismo en las divagaciones socialdemócratas de un Serrati o un Levi mediante el rechazo de la centralidad de la lucha democrática. Tales son las implicaciones reaccionarias de nuestra línea. La palanca fundamental de Octubre fue ante todo la cuestión agraria. El gobierno soviético de primera época sí defendió, de hecho, los intereses de los obreros y los campesinos, desencadenando la guerra campesina bajo la dirección del proletariado. Sin la defensa de los intereses del campesinado, la dictadura no habría durado ni un solo día. Como advirtió Trotsky en La revolución permanente: “hay que tomar a Lenin a lo Lenin, y no a la manera de los epígonos”. Refiriéndose a la “dictadura democrática”, Trotsky subrayó:

“La consigna bolchevista se realizó efectivamente, no en el sentido de indicación morfológica, sino en el de una magna realidad histórica. Pero se realizó no antes, sino después de Octubre. La guerra campesina, según la expresión de Marx, sirvió de punto de apoyo a la dictadura del proletariado. La colaboración de las dos clases se efectuó en una escala gigantesca gracias a la Revolución de Octubre. Entonces, el campesino más ignorante comprendió y sintió, aun sin los comentarios de Lenin, que la consigna bolchevista había encarnado en la realidad. Y el propio Lenin juzgó la Revolución de Octubre —su primera etapa— como la verdadera realización de la revolución democrática, y, por lo mismo, como la encarnación, aunque modificada, de la consigna estratégica del bolchevismo”.