Revolución permanente y liberación de la mujer
Lo siguiente está basado en un documento de la camarada Kaur, adoptado por la VIII Conferencia Internacional.
La agudeza de la opresión de la mujer en las neocolonias es el resultado del desarrollo capitalista tardío causado por la subyugación imperialista. Esto conduce a la persistencia de prácticas precapitalistas socialmente atrasadas y a su integración en la vida moderna —por ejemplo: la burka en el Islam, la dote en muchas culturas del sur de Asia, la lobola [precio de la novia] en el sur de África y la mutilación genital femenina—. Dado que el imperialismo frena el desarrollo social, es el responsable en última instancia de que se conserven estas prácticas. La opresión de la mujer y la opresión nacional tienen, por tanto, una base material común. Con ello, la lucha por la liberación de la mujer en los países neocoloniales es inseparable de la lucha por la liberación nacional; ambas deben esgrimirse juntas para luchar por la revolución social.
Hay muchas fuerzas “antiimperialistas” en las neocolonias que dicen luchar por la liberación nacional, pero que en realidad la socavan a cada paso. Los marxistas deben oponerse a dichas fuerzas y demostrar que lo que éstas ofrecen a las mujeres es totalmente reaccionario. Luchamos por vincular la lucha contra la opresión de la mujer a la lucha de clases contra el imperialismo y la burguesía nacional. En concordancia con las “Tesis generales sobre la cuestión de Oriente” de la Comintern de 1922, luchamos por una dirección comunista:
Esta perspectiva se opone completamente a la Declaración de principios internacional de la LCI, que afirma:
Esto es liberal por dos razones. Para empezar, es una revisión del marxismo al decir que es debido a la agudeza de la opresión en los países neocoloniales que el combate contra la opresión de la mujer es una fuerza motriz de la lucha revolucionaria. Esto es erróneo. La opresión de la mujer está fundamentalmente arraigada en la propiedad privada y es una fuerza motriz para la revolución en todas partes.
Al decir que es una fuerza motriz sólo en los países dependientes, la LCI hizo una distinción fundamental entre la opresión de la mujer en Oriente y en Occidente. Embellecimos la opresión de la mujer en Occidente, al desa parecer el papel de la religión en ésta, y capitulamos ante las feministas liberales occidentales quienes ven con desdén el atraso de Oriente y para quienes el pináculo de la liberación de la mujer es la democracia burguesa en las sociedades capitalistas avanzadas. Nuestra posición definía las tareas de los comunistas como la lucha por elevar las condiciones de las mujeres de Oriente al nivel de las de Occidente y nos alineaba objetivamente con las fuerzas “progresistas” que predican la ilustración en todo el Tercer Mundo para salvar a las “pobres mujeres” —¡la línea de las feministas de la CIA para justificar las intervenciones imperialistas en Afganistán!—. Este marco sustituyó la lucha de clases como la fuente del progreso social con medios no proletarios, ajustándose a las misiones civilizadoras de las ONGs financiadas directamente por los gobiernos imperialistas y alineadas políticamente con sus prioridades.
En segundo lugar, es cierto que la opresión de la mujer en los países neocoloniales es más aguda y se justifica con la religión y la tradición. Sin embargo, como ya se ha dicho, el saqueo imperialista de los países dependientes es la razón central de su subdesarrollo y de la persistencia del “atraso”. Al insistir en que está “profundamente arraigada en la ‘tradición’ precapitalista”, la Declaración de principios desaparece la base material de la opresión de la mujer en Oriente, convirtiendo la lucha por la liberación de la mujer en una lucha acerca de ideas, y no sobre las relaciones sociales y las condiciones materiales que las originan. Se trata de una perversión idealista del marxismo que desaparece la línea de clase. Como escribió Lenin:
La prédica liberal imperialista alimenta a las fuerzas reaccionarias que, bajo el pretexto de oponerse al imperialismo, atan cada vez más a los oprimidos a la “tradición”. Por ejemplo, en respuesta a la oposición liberal a un proyecto de ley que otorgaba más poder a los jefes tribales, el ex presidente de Sudáfrica Jacob Zuma replicó: “Resolvamos los problemas africanos a la manera africana, no a la manera del hombre blanco” (citado en Spartacist South Africa No. 9, invierno de 2013). Es comprensible que amplias masas sudafricanas se opongan a la propaganda civilizadora liberal de sus opresores históricos. El eco de dicha propaganda por parte de la LCI no presenta ningún reto a quienes, como Zuma, se proclaman defensores de la nación.
Además, hacer que la liberación de la mujer se centre en la lucha contra la religión y la tradición divide a la clase obrera y las masas rurales en función de quién tiene mejores o peores ideas, en lugar de unirlas en la lucha contra el imperialismo y sus agentes, la única forma de erradicar la base material de los remanentes precapitalistas. Para entender la mecánica divisionista de la prédica liberal, podemos recurrir a lo que Lenin señaló sobre la lucha de Bismarck contra el partido católico alemán:
La aplicación de la revolución permanente a la liberación de la mujer no significa otra cosa que luchar contra el imperialismo y por la hegemonía de la bandera comunista, en oposición a las feministas liberales, los nacionalistas burgueses y sus diversas colas de izquierda. Nuestra tarea es exponer que todas estas fuerzas socavan y obstruyen a cada paso la lucha contra el imperialismo y, al hacerlo, perpetúan la degradación de la mujer. En el espíritu de la carta de Trotsky a los revolucionarios sudafricanos (“Sobre las tesis sudafricanas”, 20 de abril de 1935), nuestro programa para la liberación de la mujer en los países dependientes insiste:
1) Las cuestiones nacional y de la mujer coinciden en su base y, por lo tanto, requieren una lucha contra el imperialismo y sus agentes.
2) Ambas cuestiones sólo pueden resolverse de manera revolucionaria, mediante métodos de lucha de clases en oposición a la prédica liberal que engendra la reacción.
3) La lucha contra la opresión de la mujer debe desembocar en la dictadura del proletariado, apoyada por las masas campesinas.