El revisionismo postsoviético de la LCI
Este documento fue adoptado por la VIII Conferencia Internacional de la LCI.
El colapso de la Unión Soviética representó un cambio fundamental en la situación mundial. Dado que su existencia había definido la política de la izquierda durante casi 75 años, su destrucción exigió una profunda reevaluación de la situación mundial y de las tareas de los comunistas. En los años que siguieron a este desastre, la LCI llevó a cabo múltiples discusiones y publicó documentos sustanciales con este objetivo declarado: el documento de la Conferencia Internacional de 1992, el documento de la Conferencia de la SL/U.S. de 1994, el Memorándum del CEI de 1996 y la “Declaración de principios y algunos elementos de programa” de 1998. Estos documentos son coherentes en su análisis de los acontecimientos mundiales y en las tareas que plantean para el partido. Sin embargo, lejos de representar una defensa del marxismo en los primeros años de la era postsoviética, son fundamentalmente revisionistas. Las tareas establecidas para el partido oscilaban entre un programa mínimo puramente liberal y un programa máximo que consiste en salvaguardar fórmulas marxistas abstractas para el porvenir. Todos estos documentos niegan —a veces explícitamente, pero sobre todo implícitamente— que el programa comunista tenga un papel decisivo que desempeñar en las luchas del periodo que nos ocupa.
La situación mundial
El marxismo puede guiar a la clase obrera en sus luchas porque se basa en un entendimiento científico de sus intereses de clase, tanto inmediatos como históricos. Un partido que se proclama marxista pero que no tiene una correcta apreciación política y económica del periodo actual no puede guiar a la clase obrera de acuerdo con sus intereses de clase. Sin una base materialista, las tareas que se fije para sí mismo y para el proletariado reflejarán necesariamente los intereses de otras clases.
La concepción de la LCI de la época postsoviética era errónea en prácticamente todos los aspectos, empezando por la forma en que describía la situación internacional. El colapso de la Unión Soviética representó el triunfo del imperialismo estadounidense y abrió un periodo de relativa estabilidad geopolítica en el que las potencias imperialistas saqueaban conjuntamente el mundo bajo el paraguas de la hegemonía de EE.UU. Para la LCI, sin embargo:
Este análisis, que estaba en completa contradicción con los verdaderos acontecimientos mundiales, fue sostenido sistemáticamente por la LCI durante todo este periodo, incluso en su Declaración de principios:
Este análisis totalmente erróneo no tenía su origen en la falta de datos disponibles ni en la complejidad de la dinámica política de la época, sino en la forma en que la LCI concebía sus tareas. En ninguna parte de los centenares de páginas destinadas a establecer las tareas de la LCI se demuestra cómo el programa marxista aporta las respuestas esenciales a la situación política y económica a la que se enfrenta la clase obrera en el periodo postsoviético. Ya fueran las oleadas huelguísticas en Francia, la situación en Alemania tras la contrarrevolución o el levantamiento campesino en Chiapas, México, nuestra descripción de los acontecimientos no llevó a la conclusión de que la dirección trotskista es decisiva. Ciertamente afirmamos este hecho, pero tales declaraciones fueron simplemente injertadas en los acontecimientos en lugar de fluir de la descripción de las propias luchas, que a cada giro ponían de relieve el conflicto entre los intereses de clase del proletariado y el programa de su dirección. Por el contrario, la LCI respondió a la ola de triunfalismo liberal y el derrotismo de la izquierda proclamando que “el comunismo vive en las luchas de los obreros y en el programa de su vanguardia revolucionaria”. De un programa científico para guiar a la clase obrera en el camino hacia el poder, el marxismo se transformó en un espíritu idealista de rebelión.
Desde este punto de partida, el análisis de la situación mundial de la LCI necesariamente borró las contradicciones del período postsoviético en favor del impresionismo y la denuncia liberal, como en el documento de la conferencia de 1992:
Las condiciones de vida bajo el capitalismo son ciertamente brutales, pero exponer esta realidad no basta para motivar la necesidad de una revolución social. Los datos empíricos que muestran la miseria humana pueden contrarrestarse con datos empíricos que muestran el progreso social, especialmente en las décadas de 1990 y 2000. La diferencia entre un folleto de la UNICEF y un programa comunista es que el primero presenta hechos que evocarán la indignación liberal, mientras que el segundo explica la dinámica de clase de los acontecimientos mundiales para guiar a la clase obrera en su lucha por derrocar al imperialismo. Dado que el método y el objetivo del programa de la LCI eran más parecidos al folleto de la UNICEF que al programa comunista, su análisis del mundo simplemente refractaba la ideología dominante a través de un prisma marxistoide. El resultado fue una comprensión del mundo totalmente desconectada de la realidad y una capitulación al liberalismo.
El liberalismo como tigre de papel
La victoria del imperialismo estadounidense sobre la Unión Soviética se expresó ideológicamente en forma de triunfalismo liberal. El liberalismo se convirtió en la ideología dominante en todo el mundo y ejerció una enorme presión sobre el movimiento obrero. Ya en 1992, la LCI reconoció la amenaza del triunfalismo liberal sólo para desecharla como insignificante:
En cambio, la LCI presentó el mundo como si estuviera definido por la reacción derechista:
De esto y de todo lo demás escrito por nuestra tendencia en este periodo, uno concluiría que el principal obstáculo que enfrentábamos en el movimiento obrero era una reacción chovinista similar a la de Europa en la década de 1930. A partir de ahí, la LCI planteó su tarea como la de enfrentarse a la reacción y al atraso, presentándose como completamente singular en este sentido:
Esto fue, como mínimo, desorientador.
Al pintar el mundo como si estuviera en una época oscura de reacción chovinista en la que sólo la LCI defendía los derechos democráticos, podíamos presentar las reivindicaciones liberales más básicas como inherentemente revolucionarias:
Pero, ¿por qué las masas se unirían a una pequeña organización comunista para defender el aborto o luchar contra el racismo cuando había movimientos de masas y partidos burgueses que decían defender estos mismos principios liberales? La única manera de ganar a los oprimidos a una dirección comunista es mostrar cómo su actual dirección —en este caso los liberales— paraliza y socava su lucha a cada paso debido a su lealtad al capitalismo. ¡Pero para ello era necesario luchar contra el liberalismo! Dado que la LCI negó que el liberalismo fuera siquiera una fuerza —la Declaración de principios de 1998 ni siquiera menciona el liberalismo—, no sólo no construyó un polo comunista en las diversas luchas de la época, sino que capituló totalmente ante sus direcciones liberales y fue a la cola de ellas. En la medida en que los diversos documentos programáticos de la LCI en el periodo postsoviético abogan por una intervención específica en el mundo, se trata generalmente de activismo liberal o economicismo sindical.
La jerga marxista y el futuro comunista
Sin embargo, estaría mal sostener que la LCI era simplemente liberal en el periodo postsoviético. La LCI no sólo definió su cometido basándose en un programa mínimo de liberalismo; también aspiraba a desempeñar el papel más histórico de transmitir el programa comunista a las generaciones futuras. La Declaración de principios describe esta perspectiva de la siguiente manera:
Pero, ¿qué quería decir la LCI con “programa completo”? En el mismo memorándum del CEI que afirmaba que la LCI era única en oponerse a la homofobia, hacemos la siguiente reafirmación de la necesidad de la intervención comunista:
Tales reafirmaciones de principios comunistas abstractos abundan en toda la propaganda de la LCI. Aunque cada una de las frases anteriores es ortodoxia marxista formal, el párrafo es totalmente abstracto y no da ninguna indicación de los obstáculos políticos para llevar conciencia revolucionaria a la clase obrera. La cuestión de la dirección revolucionaria sólo puede plantearse concretamente, en oposición al programa y la ideología de las fuerzas dominantes en el movimiento obrero. Ninguna “demanda transicional” podía llevar conciencia revolucionaria a la clase obrera mientras la LCI negaba el dominio del liberalismo en el movimiento obrero.
Este balance entre el activismo liberal y la jerga maximalista definió el trabajo de la LCI a lo largo de los últimos 30 años. Cuando el partido iba demasiado lejos en el camino de la capitulación abierta al liberalismo, generalmente retrocedía hacia una reafirmación sectaria de los objetivos y la visión del mundo del comunismo. Esta tendencia ya estaba presente en el documento de la Conferencia Internacional de 1992:
Esta declaración resume muy claramente la perspectiva de la LCI tras el colapso de la Unión Soviética. Intentamos “reavivar” el movimiento comunista exponiendo la bancarrota del estalinismo y los horrores del capitalismo y predicando las alegrías del futuro comunista. Pero divorciadas de la lucha contra los obstáculos reales a los que se enfrenta hoy la clase obrera, las reafirmaciones de los principios comunistas, incluso los más radicales, no eran más que utopías liberales.
El GI y la LCI: dos satélites en la órbita del liberalismo
La escisión más significativa en la historia de la LCI es la que condujo a la creación del Grupo Internacionalista (GI) en 1996. Como tal, es importante evaluar si el GI representa la continuidad revolucionaria del marxismo frente al revisionismo de la LCI en el periodo postsoviético. En uno de los documentos fundacionales del GI, “From a Drift Toward Abstentionism to Desertion from the Class Struggle” (De una deriva hacia el abstencionismo a la deserción de la lucha de clases, impreso en julio de 1996 en un folleto del mismo nombre), el ex editor de Workers Vanguard Jan Norden y Marjorie Stamberg, cuadro de mucho tiempo de la SL/U.S., hacen la siguiente crítica de la LCI:
Esto es esencialmente correcto. La LCI no dejó por completo de intervenir en la lucha de clases —algo que el propio GI reconocía—, pero en las luchas con Norden y más tarde con el GI, la LCI argumentó esencialmente que la intervención comunista no podía desempeñar un papel decisivo en el curso actual de los acontecimientos debido al “retroceso de la conciencia” en el periodo postsoviético.
Un ejemplo de esto y un eje central de la lucha de 1995-1996 con Norden fue la denuncia por parte de la LCI de que era inherentemente oportunista cualquier “perspectiva de reagrupamiento” con la Plataforma Comunista (KPF), una agrupación dentro del PDS, el cual era el remanente del partido gobernante estalinista de Alemania Oriental (RDA). En 1995, el PDS abrazaba abiertamente la socialdemocracia bajo la presión de la feroz cacería de brujas anticomunista impulsada por la burguesía alemana. En este contexto, era totalmente concebible que los elementos más izquierdistas del PDS pudieran haber sido ganados al trotskismo como el único programa capaz de luchar contra la reacción capitalista. Independientemente de lo probable o no que fuera tal escenario, era deber de los revolucionarios luchar lo más duro posible contra la consolidación de lo que unos años más tarde se convertiría en Die Linke (Partido de Izquierda), ganando a sus mejores elementos a un programa revolucionario y empujando al resto hacia la liquidación directa en el Partido Socialdemócrata. El rechazo por parte de la LCI de cualquier perspectiva hacia la KPF fue una traición sectaria. En cuanto a la lucha librada contra Norden sobre esta cuestión, fue demagógica y falsa.
El punto central de la lucha fue el discurso que Norden pronunció en enero de 1995 en la Universidad Humboldt de Berlín ante un público de la KPF. En el artículo que justificaba la expulsión de Norden y sus partidarios, la LCI argumentó que en su discurso: “Mientras invocaba el programa del trotskismo, Norden presentaba una visión liquidacionista que negaba el papel de la LCI como una vanguardia revolucionaria consciente, en la que entonaba una y otra vez que en Alemania en 1989-90 ‘faltó el elemento clave, la dirección revolucionaria’” (“Una vergonzosa deserción del trotskismo”, suplemento de Espartaco, julio de 1996). De hecho, el discurso de Norden no negaba el papel que la LCI desempeñó en la RDA, y era cierto que el elemento que faltaba en 1989-1990 era la dirección revolucionaria. La LCI luchó con todas sus fuerzas por la dirección de la clase obrera en la efímera apertura que tuvo, pero fue derrotada en este intento y prevaleció la contrarrevolución. Se hicieron muchas otras acusaciones de que el discurso era suave con el estalinismo, todas ellas basadas en formulaciones específicas que no eran inherentemente aprincipistas.
Que los ataques contra el discurso de Norden de 1995 fueran falaces no significa, sin embargo, que el contenido fuera principista, ni que la orientación hacia la KPF seguida por nuestra sección alemana bajo la dirección de Norden fuera principista. El verdadero problema con el discurso de Norden es que no hay ni un solo argumento de por qué el trotskismo era necesario en 1995. Era correcto tratar de ganar elementos de la KPF al trotskismo; el mero hecho de que se sentaran a escuchar un discurso del editor de Workers Vanguard habla de ello. Pero para ganarlos, no bastaba con hablar de los logros pasados de la LCI, sino que era necesario vincular éstos a la lucha por la dirección revolucionaria en la Alemania imperialista reunificada. Era importante enfatizar la lucha del trotskismo contra el estalinismo en 1989 sólo en la medida en que se utilizara para motivar el trotskismo contra la socialdemocracia en 1995. Pero ésta no era la perspectiva del discurso porque no era la perspectiva de la LCI. La LCI no tenía ninguna respuesta en cuanto a la importancia cualitativa del trotskismo en las luchas de la Alemania postsoviética, y Norden tampoco.
Lejos de oponerse a la perspectiva de la LCI en los primeros años que siguieron a la contrarrevolución, Norden y más tarde el GI estaban de acuerdo con sus líneas fundamentales, un punto en el que insistían de forma coherente y sincera. Norden desempeñó un papel central en la redacción del documento de la Conferencia Internacional de 1992 y el GI lo considera un documento autoritativo. Los cuadros fundadores del GI votaron a favor del documento de la Conferencia de la SL/U.S. de 1994. En cuanto al Memorándum del CEI de 1996, Norden sólo se opuso a los cuatro párrafos relacionados con la lucha contra él en Alemania. Caracterizó el resto del documento como “muy bueno en la descripción del periodo que vino después de las tremendas derrotas para la clase obrera representadas por la contrarrevolución en la Unión Soviética y Europa Oriental” (citado en “The Post-Soviet Period: Bourgeois Offensive and Sharp Class Battles” [El periodo postsoviético: Ofensiva burguesa y agudas batallas de clase], en el folleto de julio de 1996). Éstos son los mismos documentos que esbozaron las tareas y las perspectivas revisionistas para la LCI expuestas anteriormente. Cada error oportunista y estupidez sectaria de la LCI en los últimos 30 años puede remontarse a estos documentos.
Por consiguiente, el artículo de presentación de la publicación del GI hacía eco de los principales elementos del totalmente erróneo análisis del mundo por parte de la LCI:
Aunque el GI afirma haber defendido la lucha por la dirección revolucionaria frente a la LCI, la verdad es que cuando se trató de cómo plantearla concretamente en el periodo postsoviético estaban tan desorientados como la LCI.
El problema no es que el GI proyectara una lucha de clases aguda tras la caída de la Unión Soviética. La lucha de clases no murió en 1991, y hubo grandes luchas en el mundo que proporcionaron importantes aperturas para la intervención comunista (Sudáfrica 1994, Italia 1994, Francia 1995, México 1999, etc.). La cuestión central para los comunistas es el contenido político de estas intervenciones. Mientras que la LCI tendía a atrincherarse y rechazar las tácticas y las demandas transicionales, el GI planteaba demandas “transicionales” que no contribuyeron en nada a abrir una brecha entre la clase obrera y su dirección oportunista. La “intervención activa en la lucha de clases” no es revolucionaria si no ayuda a la clase obrera a superar los obstáculos en su camino. Y a pesar de sus diferentes inclinaciones, ni el GI ni la LCI tenían una respuesta al liberalismo, la ideología dominante internacionalmente y el principal obstáculo político al que se enfrentaban en el movimiento obrero. En resumen, ninguno de los dos proveía una dirección revolucionaria.
Muchas de las disputas más importantes entre la LCI y el GI han girado en torno a países que sufren opresión nacional: Brasil, México, Puerto Rico, Haití, Bolivia, Grecia, Quebec. Mientras que el GI tenía razón al denunciar algunas de las traiciones más atroces de la LCI en relación con estos países (traición de Haití en 2010, negativa a luchar por la independencia de Puerto Rico, etc.), ellos defienden el programa histórico de la LCI, que es en el fondo el origen de estas capitulaciones (ver “En defensa de la revolución permanente”, pág. 72). El GI —al igual que la LCI en el pasado— se opone al nacionalismo burgués en las naciones oprimidas basándose en la sectaria pureza de clase, en vez de buscar romper el dominio del nacionalismo burgués sobre las masas mostrando cómo es un obstáculo tanto para la liberación social como para la nacional. Este enfoque está totalmente contrapuesto a la teoría trotskista de la revolución permanente. Rechaza la lucha por la dirección revolucionaria de las luchas democráticas y conduce necesariamente a la capitulación chovinista.
La LCI y el GI han pasado casi tres décadas enfrascados en polémicas dominadas por las nimiedades y las calumnias mutuas, mientras seguían caminos fundamentalmente paralelos. Esto ha ido en detrimento de la claridad política del movimiento obrero internacional. La lucha que tuvo lugar contra los cuadros fundadores del GI en 1995-1996 fue políticamente aprincipista. En cuanto a las medidas organizativas tomadas contra estos antiguos miembros, se debe aclarar la situación. Es preciso llevar a cabo una investigación adecuada. También hay que clarificar la cuestión de la ruptura unilateral por parte de la LCI de las relaciones fraternales con Luta Metalúrgica/Liga Quarta-Internacionalista do Brasil (LM/LQB). Las relaciones fraternales estaban entrelazadas con las disputas fraccionales internas de la LCI, y el artículo que justifica nuestra ruptura con LM/LQB no proporciona ningún fundamento principista para nuestro actuar (“Ruptura de las relaciones fraternales con Luta Metalúrgica”, suplemento de Espartaco, 5 de julio de 1996).
La LCI está comprometida con romper el statu quo, a llevar a cabo una clarificación y debate políticos serios con el GI y efectuar en la medida de lo posible acciones comunes para defender los intereses elementales del movimiento obrero. A pesar de tener importantes diferencias programáticas, la LCI y el GI están relativamente cerca en muchas cuestiones. En la cuestión crucial de China, ambas son casi únicas en la posición expresada a favor de la defensa incondicional del estado obrero y la revolución política. Como reconocen ambas tendencias, estamos entrando en un periodo de intensa agitación y conflicto en el mundo. El curso de los acontecimientos y de la lucha seguramente sacudirá a la izquierda, y es deber de ambas organizaciones promover la claridad política respecto a las cuestiones de estrategia revolucionaria en este nuevo periodo. La lucha por reforjar la IV Internacional es más urgente que nunca. No puede tolerar el encubrimiento, la demagogia, el vilipendio o el sectarismo. Como escribió Trotsky en el Programa de Transición (1938):
¿Cómo explicar la degeneración de la LCI?
La destrucción de la Unión Soviética representó un viraje importante para la LCI. Mientras que el colapso terminal de la RDA y de la Unión Soviética puso de manifiesto las cualidades más fuertes de la LCI —defensismo soviético acérrimo, determinación revolucionaria, internacionalismo y flexibilidad táctica en la acción—, el periodo siguiente puso de manifiesto sus debilidades —subestimación del liberalismo, revisión de la revolución permanente, concebir el mundo sólo desde la perspectiva de EE.UU. y rigidez doctrinal—. La LCI era una minúscula internacional concentrada en países imperialistas cuyo crecimiento llevaba ya algunos años estancado. La contrarrevolución provocó una ola de desmoralización y el partido se resquebrajó bajo las presiones de este nuevo periodo. El hecho es que la LCI fue incapaz de efectuar el giro que se planteaba.
No fue un resultado predestinado, ni irreversible. Hubo muchos puntos de inflexión en los últimos 30 años que deberían haber llevado a una reevaluación profunda del rumbo de la LCI. Para nadie era un secreto que estábamos cada vez más desorientados. Pero cuanto más pasaban los años, más se arraigaban el conservadurismo y el oportunismo. Los cuadros históricos del partido se mostraron incapaces de corregir nuestra trayectoria.
Sin embargo, la LCI no estaba muerta. A pesar de décadas de rechazar la tarea de proporcionar una dirección revolucionaria, el partido aún logró reclutar a unos cuantos cuadros a escala internacional fuertemente comprometidos con la lucha por el comunismo y atraídos a la LCI por su pasado revolucionario. Hizo falta una pandemia mundial, el colapso de la organización y tres años de lucha, pero los acontecimientos han demostrado que todavía había suficiente energía revolucionaria en la LCI —incluso entre algunos veteranos obstinados— para reorientar fundamentalmente al partido y emprender una vez más el arduo camino de la lucha revolucionaria.