¡Por la emancipación obrera y nacional!
La siguiente moción fue aprobada por la IX Conferencia Nacional del GEM.
La tarea principal de los comunistas hoy en día es forjar una dirección revolucionaria de la lucha contra el imperialismo, en contraposición a los populistas, que sea capaz de conducirla a la victoria. Ésta es la esencia de la revolución permanente en México. Para llevar a cabo esta tarea debemos mostrar que sólo rompiendo con las direcciones nacionalistas burguesas, particularmente López Obrador, la clase obrera podrá avanzar la lucha por sus aspiraciones nacionales y sociales. Esto requiere destruir la mentira de que la burguesía nacional —dado que también es oprimida nacionalmente— es un vehículo para alcanzar la emancipación del yugo imperialista y la consecución de los intereses de los obreros y los campesinos. Con este engaño las burocracias sindicales y sus colas de izquierda subordinan al movimiento obrero a la burguesía, llevándolo a una derrota tras otra.
Para destruir esta ilusión, tenemos que mostrar que la contradicción fundamental que caracteriza al populismo de AMLO es que a pesar de las reformas progresistas que históricamente ha llevado a cabo la burguesía, ella y su estado han permanecido como el principal obstáculo al progreso social y a la obtención de la emancipación nacional. La traición central de la burguesía nacionalista ha sido refrenar al proletariado, la única fuerza capaz de lograr la liberación nacional, para mantener su hegemonía. Lo que ha hecho falta a lo largo de la historia mexicana, y lo que hace falta actualmente, es un partido trotskista que actúe como un polo revolucionario en contraposición a los líderes populistas de la clase obrera. Dicho polo sólo podrá construirse buscando organizar y empujando hacia delante la lucha por la emancipación nacional y social del país, mostrando a cada paso cómo el populismo se erige como un obstáculo a la liberación de las masas. La tarea de esta conferencia nacional será la refundación de la sección mexicana bajo esta perspectiva.
Lecciones de la Revolución Mexicana
La sociedad mexicana actual, el movimiento obrero y las divisiones entre las alas de la burguesía han sido moldeados en gran medida por la Revolución Mexicana de 1910 y el régimen posterior de Lázaro Cárdenas. Es así fundamental extraer las lecciones correctas de estos acontecimientos para entender y dar solución revolucionaria a las tareas y retos actuales para una vanguardia proletaria.
La Revolución Mexicana fue una gran insurrección campesina, que planteó a quemarropa de manera central la resolución de la cuestión agraria, así como la emancipación nacional y otras candentes tareas democráticas. Esta rebelión de los campesinos desposeídos, resultado del descontento social acumulado tras más de 30 años de sangrienta dictadura porfirista, confluyó al principio con los intereses de la poderosa burguesía norteña —que buscaba una transición de régimen, pero también la desaparición de la hacienda que era un freno al desarrollo del capitalismo en el campo— y de la asfixiada pequeña burguesía, vinculadas a un mercado interno que no podía florecer bajo el modelo de crecimiento económico impulsado por Díaz. No obstante, muy pronto sus intereses chocaron con los de las masas campesinas insurrectas, quienes luchaban por el usufructo igualitario de la tierra acabando con la gran propiedad en el campo.
La burguesía nacional no tenía (ni tiene) un papel independiente; tuvo que llevar a cabo un acto de balance entre los imperialistas, por un lado, y los campesinos insurgentes y el pueblo mexicano entero, por el otro. Los imperialistas estadounidenses tuvieron un papel importante en el desarrollo de la Revolución Mexicana, otorgando recursos materiales significativos a distintas fracciones entre 1910 y 1920 según les convenía. Lo que buscaban evitar era la formación de un gobierno nacionalista fuerte. El gobierno estadounidense apoyó inicialmente a la oposición maderista, ya que Porfirio Díaz había favorecido a corporaciones inglesas y francesas en detrimento de las estadounidenses en los últimos años de su régimen. Cuando Madero se mostró incapaz de contener la rebelión campesina que ponía en riesgo los intereses imperialistas en el país, se organizó un golpe de estado desde la mismísima embajada estadounidense, utilizando la estructura intacta del régimen de Díaz y encabezado por Victoriano Huerta. Los imperialistas estadounidenses invadieron México en 1914 en apoyo a Carranza (cuando Huerta se inclinó por el imperialismo británico) y de nuevo durante la expedición punitiva de 1916 en contra de Francisco Villa. Aunque EE.UU. reconoció al gobierno de Carranza en 1915, las relaciones diplomáticas se deterioraron gradualmente hasta un punto de total enfriamiento a raíz del Congreso Constituyente de 1917. Los imperialistas se mostraron hostiles a cada paso a las medidas progresistas que la burguesía nacional tomaba, sin importar qué tan parciales y tímidas fueran. Fue hasta 1923, durante el gobierno de Álvaro Obregón, que las relaciones entre Estados Unidos y México se normalizaron, al firmarse el Tratado de Bucareli que garantizaba la no retroactividad de la Constitución del 17 en contra de los intereses estadounidenses.
La toma de la Ciudad de México en diciembre de 1914 por el Ejército Libertador del Sur y la División del Norte marcó el punto más alto de la lucha campesina pero también el inicio de su declive. Debido a la posición intermedia de los campesinos en la sociedad, producto de su naturaleza como pequeña clase propietaria —sin intereses independientes a los de las dos principales clases en la sociedad—, sus dirigentes fueron incapaces de formar un poder central y desarrollar un programa para la transformación de la sociedad en su conjunto. Aunque sí había una clase obrera en México, estaba dispersa y, más fundamentalmente, no desempeñó un papel independiente durante la gesta revolucionaria, estando subordinada al programa pequeñoburgués radical campesino o al de la burguesía constitucionalista. Algunos obreros atomizados combatieron en la División del Norte, mientras que los trabajadores de los ingenios azucareros fueron parte esencial de la base zapatista en el estado de Morelos y obreros ferrocarrileros ayudaron al transporte de las fuerzas de Villa y Zapata en sus campañas. Sin embargo, el pequeño sector obrero organizado en la capital fue subordinado al ala burguesa de Carranza/Obregón a través de sus direcciones traidoras y utilizado para suprimir a los ejércitos campesinos.
En contraposición a la perspectiva objetivista que sostiene toda la izquierda mexicana, incluyendo al GEM previamente, la suerte de la revolución no estaba predeterminada. Un núcleo marxista revolucionario pudo haber cambiado el curso de la revolución radicalmente, movilizando al proletariado en defensa de las expropiaciones de tierra y llamando por implementar el programa de Zapata al nivel nacional. La consecución de esta tarea necesariamente hubiera planteado la expropiación de los medios de producción imperialistas —así como los de sus lacayos locales— y la toma del poder: la revolución socialista apoyada por una guerra campesina. La lucha, en los hechos, por un gobierno obrero y campesino hubiera sellado la alianza entre estas dos clases sin la cual una revolución social era simplemente imposible. Esto hubiera galvanizado a los ejércitos campesinos al presentarles una vía hacia delante, escindido al ejército constitucionalista, arrancado a la clase obrera de sus direcciones anarquistas, y servido como faro al más poderoso proletariado estadounidense.
Aunque la rebelión campesina fue finalmente aplastada a sangre y fuego y sus dirigentes asesinados, las cosas no regresaron al antiguo estatus; el régimen económico de la hacienda y el poder político de los terratenientes fue desquebrajado. Así, la revolución eliminó algunas de las trabas para la modernización del país, permitiendo un cierto margen de maniobra para la burguesía nacional respecto a los imperialistas. La Constitución de 1917, promulgada en la secuela de la derrota de los ejércitos campesinos, era quizá una de las más radicales de su tiempo. Contra los intereses imperialistas, promulgó que las tierras, aguas y subsuelo eran propiedad de la nación. Además, sentó las bases jurídicas para concesiones significativas a campesinos y obreros, como el reparto agrario, la educación pública y los derechos laborales. Al mismo tiempo, debido a la debilidad de la burguesía nacional y la presión creciente de los imperialistas y en medio del temor a un nuevo levantamiento radical, los capitalistas se vieron en la necesidad de recurrir a una serie de caudillos militares bonapartistas —que reclamaban el manto de la revolución— para estabilizar su régimen.
El cardenismo: obstáculo a la liberación nacional
A pesar de las conquistas de la Revolución Mexicana, sus tareas fundamentales de revolución agraria y emancipación nacional no fueron resueltas. Las masas obreras y campesinas podían verlo y seguían en ebullición. La repartición de tierras y otras medidas benéficas otorgadas por los gobiernos populistas de Obregón y Calles no fueron suficientes para contener las luchas y las aspiraciones de las masas. Los intereses de éstas chocaban con el dominio imperialista y el régimen burgués nacional.
Esta situación, agravada por la Gran Depresión, llevó a los obreros y los campesinos a un estallido durante el gobierno de Lázaro Cárdenas. Éste fue el contexto nacional que Cárdenas aprovechó para expropiar la industria petrolera de manos de los imperialistas, además de llevar a cabo un reparto agrario masivo como nunca se había visto en la historia del país. El antagonismo entre los imperialistas estadounidenses y británicos, la inminencia de la Segunda Guerra Mundial y, particularmente, la intensificación de la lucha de clases en EE.UU. (que llevó a la formación del CIO [Congreso de Organizaciones Industriales] en 1935) otorgaron a Cárdenas un considerable margen de maniobra para implementar estas medidas.
La burguesía mexicana se balancea frágilmente entre los dos elementos decisivos en la economía nacional: el capital financiero imperialista y el proletariado en casa. La colisión entre estas dos fuerzas determina el actuar de la burguesía nacional. Cárdenas llevó a cabo medidas realmente progresistas, al tiempo que recurrió a métodos semitotalitarios para contener y disciplinar a las masas. Trotsky explicó:
Debido a su posición intermedia, la burguesía nacional debe apoyarse en las masas para tratar de hacer retroceder a los imperialistas. Mientras más trata de mantener a raya al capital financiero extranjero, su control sobre las masas debe ser más estrecho para que éstas no amenacen su régimen. Fue así que Cárdenas creó una estructura corporativista para asegurarse una base de apoyo contra los imperialistas y la reacción, al mismo tiempo que regimentaba a las organizaciones obreras y campesinas, las cuales terminaron integradas al burgués Partido de la Revolución Mexicana (PRM). El corporativismo trajo una relativa estabilidad al régimen burgués mexicano, no sólo manteniendo los estallidos de descontento dentro de los límites aceptables para los capitalistas, sino asegurando, principalmente, que la burguesía nacional mantuviera en sus manos la dirección de la lucha contra el capital imperialista.
La lección principal del periodo cardenista es precisamente la necesidad de una dirección distinta de esta lucha, es decir, una dirección comunista. Mientras la burguesía mexicana es oprimida por los imperialistas, está atada a ellos por miles de lazos. Aunque las nacionalizaciones del petróleo y los ferrocarriles —y otras medidas progresistas— enfurecieron a los imperialistas, la burguesía no puede retar la hegemonía imperialista sin retar la base de su propia dominación de clase: la propiedad capitalista. Sus intereses en el mantenimiento de la propiedad privada la hacen incapaz de completar las tareas de la revolución mexicana: la emancipación nacional y la revolución agraria. La dirección de la burguesía nacional de esta lucha es, por lo mismo, timorata y limitada, y en última instancia llevará a la traición. Liberar a México de la opresión imperialista requiere alzar a las masas trabajadoras en lucha por sus propios intereses, lo cual impulsaría a la burguesía nacional a los brazos de los imperialistas. Lo que Trotsky escribió sobre China en 1927 era y es también relevante para México:
La colaboración de clases le cede la dirección de la lucha contra los imperialistas a la burguesía nacional —una clase reaccionaria—. Quienes pugnan por un regreso al cardenismo están condenados a repetir la traición de la CTM y el PCM, que subordinaron a las masas explotadas y oprimidas a la burguesía nacional encadenándolas al sistema corporativista y al PRM, en lo que Trotsky llamó el frente popular en forma de partido. En contraposición, Trotsky luchó por forjar una sección mexicana de la IV Internacional capaz de competir con la burguesía nacional como la dirección en la lucha contra los imperialistas. Esto significaba tanto luchar por desempeñar el papel dirigente en la defensa de México contra los imperialistas, como acentuar a cada paso el choque entre las aspiraciones nacionales de las masas y los intereses y el papel de la burguesía, exponiendo cómo ésta es un obstáculo. Para llevar adelante esta perspectiva era vital luchar por la independencia política del proletariado, por direcciones revolucionarias en los sindicatos y por su completa independencia del estado capitalista. Es aplicando las lecciones de esta lucha de Trotsky a nuestra realidad actual que podremos actuar como un polo revolucionario.
El populismo pavimenta el camino a la reacción
Una de las mentiras centrales impulsadas por los populistas es que la devastación actual de México se debe solamente a los gobiernos neoliberales. Cárdenas y los gobiernos anteriores tuvieron que apoyarse considerablemente en las masas, conteniendo sus luchas a cada paso y quebrantando su ímpetu. El zigzagueo de la burguesía nacional está determinado por las fuerzas que actúan sobre ella. Se apoya en las masas para hacer retroceder a los imperialistas y ponerse al frente del descontento popular. Se apoya en los imperialistas para sojuzgar a las masas y atraer el capital extranjero. La alternancia entre gobiernos neoliberales y populistas no representa una oposición fundamental. De hecho, todo gobierno mexicano combina tendencias populistas y neoliberales. La tendencia que domina en un gobierno determinado es la que se considera más apropiada para mantener la estabilidad general dadas las fuerzas objetivas que actúan sobre la burguesía mexicana.
Con la contrarrevolución capitalista en la URSS en 1991-1992, EE.UU. surgió como la potencia mundial hegemónica indiscutible, permitiéndole llevar a cabo sus intereses alrededor del mundo con poca resistencia. Incluso desde antes, en medio del clima reaccionario de la Segunda Guerra Fría anticomunista en los 80, tras décadas de subordinación de la clase obrera y provocando la crisis de la deuda mexicana, los imperialistas empujaron por mayores incursiones y apertura para su depredación. Así, los imperialistas estadounidenses impusieron las “reformas neoliberales” que destruyeron sindicatos, privatizaron la mayor parte de la industria nacionalizada, atacaron la educación pública y la seguridad social, y eliminaron el previo proteccionismo. El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) —que entró en vigor en 1994— significó la rapiña irrestricta de México y trajo la devastación del campo y la industria nacional. La mayoría del PRI fue de la mano con los imperialistas e implementó dichos ataques, minando la estructura corporativista sobre la cual había descansado la estabilidad de su régimen. Esto preparó el camino para la elección del derechista PAN. Se cumplió así lo que Trotsky predijo respecto a la nacionalización petrolera: “Una presión militar o incluso puramente económica, junto con una relación de fuerzas internacional desfavorable para México —derrotas y retrocesos del proletariado mundial— pueden obligar a retroceder a este país” (“La ignorancia no es una herramienta revolucionaria”, enero de 1939).
A lo largo de más de tres décadas, los ataques a las conquistas históricas de las masas mexicanas generaron estallidos y movilizaciones. La burguesía populista, primero bajo Cuauhtémoc Cárdenas (quien se escindió del PRI cuando éste dio el giro neoliberal), y después bajo AMLO (quien se escindió del PRD cuando éste abandonó su populismo), se puso a la cabeza de estas luchas asegurándose de que las masas no retaran al régimen y a los imperialistas. Para derrotar los ataques era necesaria una confrontación a muerte con los imperialistas y sus lacayos locales —por ejemplo, ocupando las plantas y refinerías en contra de la privatización del petróleo—, lo que hubiera planteado a quemarropa la necesidad de que la clase obrera tomara las riendas del país. En cambio, la burguesía populista canalizó el descontento hacia la “resistencia civil pacífica” y el voto en las elecciones como el camino a seguir, para lo cual contaron con la invaluable ayuda de las burocracias sindicales. Una vez más, la lección de este periodo es que el programa de los populistas paralizó la lucha contra los imperialistas y que incluso para defender las conquistas más elementales es esencial una dirección comunista contrapuesta al callejón sin salida del populismo.
La lucha por una dirección comunista hoy
La victoria de AMLO en 2018 fue producto, por un lado, del descontento del proletariado y el campesinado y demás oprimidos tras décadas de ataques neoliberales, así como un reflejo de manera deformada de sus aspiraciones sociales y de emancipación nacional. Al mismo tiempo, la posición dominante de EE.UU. en el mundo está bajo tensión, y los imperialistas estadounidenses han tenido por un tiempo ya su atención centrada en Rusia y, principalmente, China. En este contexto, EE.UU. ha evitado un conflicto mayor con el gobierno mexicano hasta ahora. Esto le otorga a los populistas cierto margen de maniobra y la retórica “antiimperialista” les resulta barata.
Una de las ilusiones más perniciosas es que AMLO representa un paso en la dirección correcta. Pero, ¿cuál ha sido su papel realmente? Si bien López Obrador ha sido muy efectivo controlando el descontento, y los estallidos sociales no son los que enfrentó Cárdenas, este gobierno burgués, de manera similar, se apoya en las masas proletarias y oprimidas para aumentar el grado de autonomía de la burguesía mexicana respecto de los imperialistas. Así, ha realizado medidas a favor de la modernización del país y en desafío a la subordinación imperialista, como la nacionalización del litio, la construcción de la refinería de Dos Bocas, la compra de Deer Park, etc., y el otorgamiento de apoyos a campesinos, estudiantes, ancianos y otros sectores. Sin embargo, el régimen de López Obrador no plantea un desafío fundamental a los imperialistas, como se puede ver claramente con su apoyo al T-MEC. Al mismo tiempo, ha subordinado políticamente al movimiento obrero, explotando sus ilusiones en una opción de recambio populista, y ha buscado regimentarlo de distintas maneras: fortaleciendo el control del estado sobre los sindicatos con la reforma laboral, avanzando la militarización del país y aprovechando la pandemia para subordinar aún más a las masas a los intereses de la burguesía.
Lo que se necesita es una dirección revolucionaria capaz de llevar la lucha contra el imperialismo más allá de los límites impuestos por los populistas. Un ejemplo concreto de cómo luchar por esta dirección se presenta con la reforma eléctrica propuesta por López Obrador. Ésta buscaba dar ventaja a México en la generación y el mercado de la electricidad frente a los imperialistas, lo cual suscitó una oposición furibunda de los imperialistas de EE.UU. y sus lacayos en México. Hace un año la reforma fue derrotada en el congreso; ahora el gobierno mexicano busca implementarla a través de un “plan B”, al comprar trece plantas de generación eléctrica de Iberdrola, lo cual daría a la CFE una mayoría de la producción. Si se lleva a cabo, esta compra sería en los hechos una nacionalización con indemnización de esas plantas. En respuesta, los imperialistas han lanzado un ultimátum para que México abra su mercado energético y acepte una mayor supervisión, de acuerdo con el T-MEC, o de lo contrario se impondrán millonarios aranceles, amenazando con echar atrás dicha compra. Dejar esta lucha en manos de los populistas pone en entredicho la nacionalización y la deja a la suerte de sus vacilaciones.
Nosotros, los trotskistas, debemos luchar por movilizar a la clase obrera para implementar la reforma de AMLO, conservando nuestra independencia política, y defenderla contra los imperialistas, agitando por llevarla a cabo a través de métodos revolucionarios de lucha de clases. Esta reforma es mínima y, claramente, no es nuestro programa, pero es benéfica para la soberanía nacional de México. Las masas ven en López Obrador y Morena a la fuerza que puede llevar a cabo este tipo de medidas. Las direcciones sindicales (SUTERM, SNTE, etc.) apoyan políticamente a AMLO, asegurándose de que los obreros no rebasen los límites impuestos por éste, y los movilizan bajo su dirección. Debido a su papel de contención de la clase obrera, los populistas son un obstáculo incluso para luchar por esta limitada medida de emancipación nacional. Al mismo tiempo que luchamos por su reforma, debemos advertir que AMLO va a sabotear la lucha por la emancipación nacional a cada paso, así como lo hizo hace un año cuando se doblegó ante los imperialistas y sus lacayos en el congreso. Además, AMLO quiere hacer que los obreros y los campesinos paguen a estos ladrones. Decimos: ¡nacionalización sin indemnización! ¡Ni un solo peso a Iberdrola!
En contra de las amenazas imperialistas hay que asegurar esta reforma: ¡la clase obrera debe tomar las plantas hasta que esto suceda! Si AMLO cede ante la campaña de EE.UU. mostrará claramente la bancarrota del populismo. De llevarse a cabo, se plantea la pregunta: ¿Por qué aceptar la supervisión imperialista del T-MEC? En cualquier caso, el populismo queda expuesto como un obstáculo y se plantea la necesidad de una dirección comunista de la lucha en contra del imperialismo: ¡Al diablo con los paneles de controversia! ¡México fuera del T-MEC! ¡Abolir la deuda! ¡Por la expropiación de todo el sector energético bajo control obrero!
La lucha en contra de los opresores imperialistas exige un programa internacionalista que movilice conjuntamente a la clase obrera y los oprimidos en México —y los del resto de América Latina— con sus hermanos de clase en EE.UU. en contra de su enemigo común: el imperialismo estadounidense. Los pueblos oprimidos pueden lograr su emancipación sólo mediante el derrocamiento revolucionario del imperialismo; esta tarea requiere una alianza entre el proletariado mundial y los pueblos neocoloniales. El nacionalismo antiyanqui de los populistas es un obstáculo a esta perspectiva. Si bien este nacionalismo tiene un carácter progresista en la medida en que está dirigido contra los imperialistas, también sirve para enfrentar a las masas mexicanas contra todos los estadounidenses, privando a obreros y oprimidos de una palanca crucial en su lucha contra la dominación de EE.UU.: la poderosa clase obrera al norte del Río Bravo.
La unidad de los pueblos oprimidos latinoamericanos con el proletariado de los centros imperialistas es imposible bajo la dirección de AMLO y los otros representantes de las burguesías nacionales de América Latina, quienes son agentes del capital extranjero. Esta unidad es posible sólo bajo la bandera de la IV Internacional reforjada. Como explicó Trotsky:
¡Reforjar una sección mexicana de la LCI que Trotsky reconocería como suya! ¡Por la victoria de la lucha antiimperialista a través de un gobierno obrero y campesino!